Un perro mojado sale a su encuentro y la mujer de la montaña concluye que nunca se puede estar demasiado solo si hay un sabueso a tu lado.
Apurándose hacia la puerta de la casa y cuidando de no resbalar por el barro, acaricia el lomo de su amigo. El olor a perro mojado la inunda y se pierde tras la puerta principal, dejando atrás aullidos de abandono.
Su llegada en nada afecta el paisaje; quietud inquietante.
Discreta y sin preámbulos se va a la cama. Acostada y con los ojos abiertos, siente la lluvia aumentar su envolvente cantar, una y otra vez. Aquí y allá. Tan sólo eso y nada más.